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viernes, 7 de octubre de 2016

La columna de Mempo: Voto electrónico, suicidio de la política y nuevo “fraude patriótico”

por Mempo Giardinelli 


Mempo Giardinelli es escritor y periodista. Nació y vive en Resistencia, Chaco, Argentina. Exiliado en México entre 1976 y 1984, a su regreso fundó y dirigió la revista “Puro Cuento”. Su obra literaria está traducida a 20 idiomas y recibió importantes galardones, entre ellos el Premio Rómulo Gallegos 1993. Y en 2006 recibió el Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Poitiers, Francia. También recibió el Premio Nacional de Novela, en México (1983) y el Premio Grandes Viajeros 2000 en España. En Italia recibió el Premio Grinzane Montagna 2007 y el Premio Acerbi 2009. Y en mayo de 2013 le fue otorgado el Premio Andrés Sabella, en Chile. Ha publicado artículos y cuentos en casi todo el mundo, y es columnista habitual de los diarios Página/12 y The Buenos Aires Herald

Algunos lectores opinan que esta columna es agorera porque suele cantar con anticipación ciertas cosas horribles que luego suceden. Lástima si por eso se pierden seguidores o se reciben reprimendas de duros que reclaman “basta de autocríticas”, pero, como se sabe desde Plutarco y Shakespeare, por lo menos, la culpa nunca es del mensajero. Es la chúcara realidad, nomás.
Ésa que hoy mismo nos muestra las renovadas torturas de policías a jóvenes como Iván Franco y Emiliano Mendoza el viernes pasado en la localidad de Rincón, Santa Fe, y ante el silencio de los grandes medios y “comunicadores” y también de las autoridades, lo que hace presumible que alguien, algún miserable poder oculto, les está dando letra a las bestias de “seguridad” de toda la república.
En esa realidad, también, vemos al acomodado embajador Luis Juez hacer un papelón diplomático en Ecuador, de puro gorila. Y vemos a la desclasada señora Margarita Barrientos reclamando sin vergüenza que se eliminen los planes sociales que asisten, mal y poco, a más de cinco millones de hogares argentinos.
Es la realidad y no una columna periodística la que dice que gran parte de la clase política parece estar decidida ahora a suicidarse. Término duro, claro, pero qué otra cosa es que la Cámara de Diputados haya aprobado en comisión el proyecto de reforma electoral que promueven Mauricio Macri y sus muchachos, con desesperada prisa por aplicar el sistema de boleta electrónica única en todo el país a partir de las elecciones del año que viene.
Están preparándose para un nuevo fraude patriótico, como en la pasada década del 30. Sería la coronación de lo que el prestigioso dirigente agrario Pedro Peretti, ex director de la FAA y miembro de El Manifiesto Argentino, llama certeramente “la revolución de los ricos”.
Ahora con el bizcocho del cupo femenino y la paridad de género en el Congreso, estos tipos se preparan para una larga, larguísima temporada en el gobierno, seguro que soñando con varias décadas infames. Y desde el vamos con el beneplácito de sus amigos del Frente Renovador, el Bloque Justicialista de Bossio y el FAP, el voto electrónico único en la Argentina ya está en marcha. Y veloz: quieren que debute en las elecciones del año que viene.
Ya se aseguraron el concurso de tres empresas a cargo del software (adivinen quiénes serán los dueños de esas empresas) y dejando el procesamiento de los resultados a la empresa Arsat, otrora orgullo nacional pero ahora en manos del hijo del ministro de Comunicaciones Oscar Aguad. De manera que adivinen ustedes a qué partido o coalición va a favorecer.
El sistema de voto electrónico es, hoy por hoy, el mayor peligro inmediato que enfrenta la democracia en la Argentina. Verdadero detritus del maravilloso avance cibernético de estos tiempos, el voto electrónico es cuestionado y está en retroceso en todo el mundo porque, fundamentalmente, impide que los votantes controlen los comicios. Nada menos que eso. Es ya indesmentible la vulnerabilidad de todo sistema de conteo masivo, que además resulta imposible de auditar. No hay ninguna garantía, ninguna y en ningún país del mundo, frente a la posibilidad de hackeos. Por eso Inglaterra, Alemania, Holanda, Irlanda y Finlandia, nada menos, lo han prohibido luego de probarlo algunos años.
Victoria Collier, directora de comunicaciones de la Coalición Nacional de Defensa Electoral de los Estados Unidos y autora de Cómo manipular una elección (Harper’s Magazine), publicó el pasado 5 de septiembre un artículo en el portal Truth-out en el que declara que: “En el último mes se ha validado el hecho de que nuestra tecnología de votación es el paraíso de todo pirata informático, tal como lo aceptan ya los principales sistemas de televisión”. Enumera todas las cadenas, desde la ABC hasta la CNN, y dice que por eso “los medios y los partidos políticos se declaran en shock ante la perspectiva de que las elecciones norteamericanas sean manipuladas y, sí, robadas”.
Collier ha denunciado además los modos que el sistema de su país ha venido implementando desde principios del siglo 19 para modificar distritos, inventar circunscripciones truchas y todo ese perverso sistema que cualquier politólogo conoce como “gerrymandering”, término encantador que entre nosotros explica la treta macrista de dividir en cuatro el para ellos inalcanzable Partido de La Matanza, y vocablo que los lectores pueden consultar en la Wikipedia.
Enseguida, y haciendo alarde de ironía y humor negro, la especialista concluye que una y otra vez, y cada vez más, decenas de “expertos informáticos y hackers coinciden en que cada componente de los sistemas electorales electrónicos es ridículamente vulnerable al fraude”. Y luego de innumerables casos y comprobaciones concluye que los defensores del voto electrónico dicen siempre que nadie puede probar jamás que las elecciones electrónicas hayan sido trampeadas. Entonces replica Collier: “Por supuesto que ése es el gran problema. Que nunca podemos probarlo. Porque el diseño de los sistemas previene ante todo la detección de fraude. Es el crimen perfecto”.
Eso es, para una democracia electoral como la nuestra, lo que estos tipos están tramando: un crimen perfecto contra la voluntad de la ciudadanía.

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