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martes, 13 de diciembre de 2011

El rol de la ciencia y la tecnología en un proyecto político popular

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Por Jorge Manuel Gil (*)
Tanto la ciencia como su derivación tecnológica navegan entre los enfoques de religión y política. Aquellos
que hacen de la ciencia una religión están convencidos de los saberes absolutos e incontrastables,
 los piensan como dogmáticos y suelen habitar centros de investigación y algunas universidades.

Un ejemplo es en economía el déficit cero del neoliberalismo (sígase con atención lo que ocurre y ocurrirá
en Europa con este concepto). En este marco, se excluye hablar de la relación entre ciencia y modelos
políticos, se mantiene que nada tiene que ver la ciencia con la política y se desatiende que los conocimientos
refuerzan el poder económico y favorece la concentración (véase el caso de la Alemania actual).

Los que hacen política de la ciencia están convencidos de que la realidad se construye y que los
conocimientos son elaboraciones humanas para mediar con la naturaleza y entre los hombres,
por lo tanto son interesados, tienen una finalidad. La economía heterodoxa es un buen ejemplo.

Dado que ni la ciencia ni la tecnología son neutrales, se justifica y se impone operar sobre su
administración.
En esta línea se enmarca la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación y de
secretarías y entes provinciales y municipales en el tema. Impulsan el conocimiento aunque, en muchos
 casos, con una evaluación incompleta sobre su impacto social.

La sociedad moderna se ha adecuado a convivir con la ciencia; en su propio seno crea conocimientos que,
a su vez, la moldean. Las jóvenes generaciones ven natural al Ipod, las tabletas y la vida relacional online.
Los procesos de producción en las empresas tienden a robotizarse (un buen ejemplo son las zapatillas
deportivas) y nuestros alimentos “larga vida” parece que dependen más de los saberes tecnológicos que
de la naturaleza.

Los empresarios también ven eso como natural (por eso ganan más los supermercados que los tamberos).
Si la tecnología posibilitara que los tambos pudieran mantener en condiciones la leche extraída, esa relación se modificaría. ¿Pero incidiría en el consumidor?

Un trabajador medio utiliza hoy tres veces más tecnologías que hace veinte años1. Eso también rejerarquiza la necesidad de más educación, más investigación y más ciencia.

Identificar dónde y por qué se generan esos conocimientos es tema de fuertes debates. Y el término innovación es insuficiente para explicarlos, tanto como para convertirse en un objetivo en sí mismo. Desde la época de las cavernas y hasta el Apocalipsis de los tiempos, hubo y habrá innovación, en las personas, en las familias, en las empresas y en el Estado, por la necesaria adecuación de la sociedad a cada vez nuevas condiciones de vida. La innovación es propia de la existencia humana y cotidiana.

La cuestión política es discriminar sobre qué tipo de innovación y al servicio de quién y de qué se pone esa innovación. No alcanza ni es operativo decir que siempre –y a la larga– los conocimientos revierten a favor de la gente.

Einstein aplicado a la bomba atómica tuvo consecuencias inhumanas y perversas2. Einstein aplicado a la bomba de cobalto salvó muchas vidas y mejora nuestras expectativas. Los trasplantes dentarios han mejorado la vida de muchos, pero son inalcanzables para millones de seres humanos con déficit alimentarios.

Este no es otro tema, es el tema. La tecnología de los trasplantes se presenta como exitosa, ¿pero lo es en realidad? Así podríamos mencionar innumerables ejemplos.

Para un proyecto humanista y liberador, producir tecnología y distribuirla son dos caras de la misma moneda. El conocimiento será popular y socialmente útil si -y sólo si- puede ser distribuido equitativamente. Y esa distribución equitativa –que se canaliza preferentemente a través de la educación pública– tiene que ser la base de la retroalimentación de la innovación.

La innovación no es un problema de las empresas para mejorar sus beneficios, es un tema de la sociedad más igualitaria y más sustentable. El conocimiento es un bien social y debemos fomentar que se distribuya rápido y de manera eficiente.

Quizás para ello necesitemos más filosofía que ciencia y más política que tecnología, no lo sé, pero puede ser una alternativa más humana.
(*) Profesor e investigador universitario. Desde hoy será el primer presidente del Ente de Producción y Desarrollo del municipio de Comodoro Rivadavia.1) Carbaugh, R., “Economía internacional”, Cengage Learning Editores, 2009, México.2) Ver su carta al filósofo Shinohara, en 195

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