No queremos sangre por petróleo. Ése fue uno de los lemas contra la invasión de Irak. Es un eslogan que suena mejor que el “No queremos sangre por Tierras Raras”.
Pero acaso ése sea el próximo eslogan pacifista. China produce el 93% de las tierras raras del mundo. Pekín se ha ido haciendo progresivamente con el control de esos 17 minerales, absolutamente imprescindibles para la economía de la información, de defensa y para las energías ‘verdes’.
Y lo ha logrado en buena medida por la desidia de Occidente(porque las tierras raras, pese a su nombre, son cualquier cosa menos infrecuentes), aunque también gracias a una política deliberada basada en dos principios:
1) Limitar la salida del país de estos minerales por medio de aranceles a la exportación e incentivos a su almacenamiento;
2) Establecer requisitos medioambientales mínimos para las explotaciones.
El mejor ejemplo de esa dinámica es el gráfico que encabeza este blog, y que indica la producción de tierras raras hasta 2000, según el Estudio Geológico de EEUU, algo así como la versión del Instituto Geológico y Minero de España. Ahí se ve quién tiene la sartén por el mango en ese campo.
Esa situación también se ve en la evolución del mercado. El europio, por ejemplo, es utilizado en monitores de ordenador y en televisiones. No se le conoce sustituto. Y su precio es de 650 dólares (466 euros),casi un 33% más que hace seis meses. El 99,9% del europio mundial se produce en China.
Pekín, además, está dispuesto a utilizar ese poder. Las disputas fronterizas por el Mar del Sur de China, que llevaron el mes pasado a Japón a arrestar al capitán de un arrastrero chino, provocaron una respuesta brutal por parte de ese último país: la suspensión de sus exportaciones de tierras raras a Tokio. Con semejante soga al cuello de su economía, Japón no vaciló: el capitán quedó libre de inmediato.
No siempre fue así. EEUU fue durante mucho tiempo el líder en la producción de tierras raras, gracias a la mina de Mountain Pass, en el remoto desierto que forma la frontera de California con Nevada. Pero en los noventa, debido en buena medida a la competencia china y a problemas medioambientales, EEUU cerró esa explotación.
Ahora, Washington va a reabrirla. La mina fue propiedad del gigante petrolero Chevron, que la vendió a Molycorp. Con la ayuda de subvenciones del Congreso de EEUU, y con una OPV, esta empresa espera conseguir los 500 millones de dólares (360 millones de euros) necesarios para reabrir la explotación dentro de un año.
De hecho, el Congreso de EEUU está estudiando la Ley para la Revitalización de las Tierras Raras y Materiales Críticos de 2010. Esa Ley prevé ayudas financieras del Estado a la explotación de esos materiales, y la creación de una reserva estratégica, similar a la existente con el petróleo, para garantizar su suministro. Ha sido promovida por un republicano porque, ya se sabe, el libre mercado acaba donde empieza la seguridad nacional (o los intereses económicos de los Estados).
La lucha por el control de las tierras raras revela también qué países quieren jugar un papel dominante en la economía del siglo XXI. Explotar gran parte de estos minerales no es difícil. Sólo requiere tiempo. El hecho de que EEUU sea, que yo sepa, el único país que está seriamente tratando de disputarle su hegemonía a China en esta área, mientras Europa, una vez más, está perdida en combate, es una muestra de quién quiere mandar en el futuro.
También es una muestra de que la política de ir por la vida como John Wayne, al estilo George W. Bush, no sirve en el siglo XXI. De hecho, en 2003, la Administración Bush dio ‘luz verde’ a la exportación de gran parte del equipo utilizado por EEUU para producir tierras raras.
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