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Combatiendo al capital
Miguel Braun es economista, doctorado en Harvard, uno de los principales referentes económicos del macrismo y, además, un viejo y cercano amigo. El sábado pasado publicó un interesante artículo en el Buenos Aires Herald, donde con buen nivel de datos, análisis y prosa, expuso la visión de quienes creen que la calidad de vida de la población argentina mejorará con la implementación de políticas económicas pro-mercado[1]. En este post nos proponemos rebatir esas ideas, esperando en cambio que lo que siga -no sólo a 2015, sino ya desde el corriente año- sea un afinamiento y una nueva profundización del modelo económico iniciado en 2003.
Basado en los resultados de las internas de agosto, Miguel postula que estamos frente al “fin de una era política”. Esto lo invita a ser optimista: “el (actual) desolador escenario puede rápidamente convertirse en una primavera económica.” Más precisamente, dada nuestra condición de “paraíso de recursos naturales”, y con la implementación de políticas distintas, “la economía va a dispararse”, en particular gracias al enorme potencial de los negocios agrícolas, mineros y energéticos. Para comprender mejor esto invita a mirar el ejemplo de Australia, uno de los países de mayor crecimiento en las últimas décadas, y también propone observar el “éxito de otros países latinoamericanos como Chile, Colombia y Perú, que han implementado políticas razonables”.
Miguel afirma que la economía argentina “es como un corcho sostenido bajo el agua”, que presenta un crecimiento anémico y selectivo, con empleo y salario real estancados. La causa principal es un “modelo económico inconsistente, que inhibe la inversión y la innovación”, donde la inflación es “dejada sin control” y el gasto público (es decir la inversión pública) y la presión impositiva han llegado a niveles inédita y sofocantemente altos. A esto debe agregarse una “política energética populista”, que desalienta la inversión en el sector y que genera un grave drenaje de divisas y de recursos fiscales.
¿Qué propone hacer? En el corto plazo, “bajar la inflación, liberar el tipo de cambio, eliminar las intervenciones estatales arbitrarias al comercio internacional, y restablecer relaciones normales con la comunidad financiera internacional”. En el mediano plazo, invertir en transporte (en particular en ferrocarriles), disminuir la presión impositiva, y aumentar el crédito bancario a las empresas.
Ok. Ante todo, los puntos de coincidencia. Es imprescindible bajar los costos de transporte, particularmente invirtiendo mucho más en ferrocarriles. El déficit energético es un gran problema (aunque, postulamos, en vías de lenta solución). También coincidimos en que tenemos la enorme fortuna de ser un paraíso de recursos naturales, y que en los sectores agrícolas, mineros y energéticos hay un notable potencial de crecimiento de largo plazo.
En segundo lugar, los argumentos que creemos requieren más cautela. ¿Los países de la Alianza del Pacifico son ejemplos a mirar? Estimamos que se necesitan al menos un par de décadas más para evaluar los resultados de la notable división ideológica que recorre a Sudamérica. Hoy por hoy, hay datos para argumentar tanto a favor de un lado como del otro. En cuanto al crecimiento “anémico” y el empleo y salario real “estancados”, también creemos que hay datos que refutan tales valoraciones, al igual que con respecto a la inversión (ver por ejemplo el tercer grafico acá). Pero elegimos no profundizar en estas cuestiones, para poder centrar el debate en donde creemos que más vale la pena hacerlo.
Entonces, a los bifes. Creemos que “bajar la inflación, liberar el tipo de cambio, eliminar las intervenciones estatales arbitrarias en el comercio internacional, y restablecer relaciones normales con la comunidad financiera internacional”, más la baja en la presión impositiva, serían todas medidas contraproducentes para el bienestar de las mayorías (sobre el primer punto, bajar la inflación, nos referimos obviamente a hacerlo a través de las estrategias monetaristas ortodoxas). Pero atención. Lo dicho no implica que de implementarse este menú de políticas no redunde en un aumento de la inversión de las más grandes empresas, sobre todo aquellas trasnacionales (o, como venimos viendo en las últimas semanas -gracias a los inversores que también intuyen una primavera en ciernes- en el valor de las empresas que cotizan en la bolsa de comercio).
Las medidas propuestas por Miguel son parte del intenso debate de estos días, con lo cual creemos que, a fin de poder elaborar nuestro principal punto, no es necesario detenerse en los conocidos argumentos en contra de tales políticas (aun así, aprovechamos para proponerle al Parlamento, o más bien para rogarle, que antes de 2015 legisle la equiparación del volver a endeudar al estado con acreedores externos -para todo destino que no sea inversión de capital- con el delito de traición a la patria. Gente: puede sonar exagerado, pero si nos vuelven a endeudar, todo habrá sido en vano).
Inversión e innovación queremos tod@s. Altos niveles de empleo y de salario real también quieren, incluso, unos cuantos liberales. El tema es cómo lograr esos objetivos. El debate es obviamente complejo y en realidad no está saldado, ni en Argentina ni en ningún lado. La humanidad está aún aprendiendo cómo combinar estado y mercado, y partir de esta humilde premisa le haría muy bien al debate democrático. Pero esto no es algo que se reconozca, acá y en todos lados, desde la predominante academia pro-capital -y ni hablar del masivamente liberal “periodismo”. Así, nos dicen, más o menos explícitamente, que la razonabilidad sólo está de su lado, y surge rápida y crispada la acusación de autoritarismo frente a los intentos intervencionistas del estado. Sería un gran avance que, en cambio, reconozcamos que, además de la falta de certezas, hay un supuesto o actitud política básica a partir de la cual se originan las diferencias.
La cuestión de fondo reside en cómo nos paramos frente al poder, es decir frente a los grandes capitales. Las propuestas liberales se basan en atraer o seducir al capital, ofreciéndole seguridad y previsibilidad. Esto es, por sobre todas las cosas, seguridad de que los márgenes de ganancia a los que están acostumbrados no sean cuestionados o afectados. Si se dan tales condiciones, supone el modelo, el crecimiento económico será gradual e inevitable, y por lo tanto también los beneficios sociales que éste trae aparejado. En otras palabras, hablamos de la vieja y siempre renaciente teoría del goteo o trickle-down economics que, como puede leerse en el link, plantea que “el progreso económico depende del ahorro y la innovación, y estos a su vez dependen de la libertad de obtener grandes ganancias y de acumular enormes riquezas”.
La izquierda –o, si se prefiere, la heterodoxia, el peronismo verdadero, el kirchnerismo, etc.- lo ve distinto. Pero ojo: el punto esencial de disidencia no es la invalidez total del argumento liberal, sino su inaceptabilidad ética. La seducción del capital trae crecimiento, el problema es que es crecimiento injusto, en sus tiempos y en sus formas. Es crecimiento para pocos y pocas, y lento goteo para el resto. Basta cruzar la cordillera para ver a una hermana nación que lleva tres décadas de prolija apuesta a tales ideas, y que junto a sus numerosas e impactantes islas primermundistas muestra índices de desigualdad con pocos parangones mundiales. El planteo pro-capital implica, por sobre todo lo demás, aceptar las condiciones que el poder pretende para invertir.
Desde el otro lado, en cambio, se busca torcer el brazo del capital, obligándolo a aceptar menores márgenes de ganancia. Por supuesto, se acusará ingenuidad. El mundo es un lugar difícil, y quienes tienen el poder establecen las reglas del juego. Y si no las aceptás, tendrás que aceptar que se te fuguen 20 mil millones, como explica Miguel que sucedió luego de la reelección de Cristina, o –lo mismo pero desde un punto de vista global- 21 trillones hacia las guaridas fiscales que tan bien protegen los estados más poderosos. Y bueno. Es que es una historia tan antigua como el ser humano, eso de elegir cómo pararte frente al poder. Pero en fin, como nos avisan algunos valientes que dicen enfrentar a Goliat, en la vida hay que saber elegir.
Para ir cerrando, algunas precisiones adicionales. Acá se planteó lo que entendemos es el núcleo de la división de los paradigmas liberal e intervencionista. Pero se trata sólo de eso, del núcleo. El debate político es hipercomplejo y presenta cuasi infinitas facetas, derivadas de esa disyuntiva inicial. Un ejemplo claro y relevante es la inflación. Dice Miguel: “la impresión de dinero explica el 25% de inflación”. Este argumento, repetido ad infinitum desde pulpitos académicos y mediáticos desde hace décadas, parece hoy una verdad irrefutable. Sin embargo, es una simple y potente falacia. Más aun, en nuestros países, y en particular desde que se les complicó usar los bombardeos de plazas o las desapariciones, la inflación es una de las dos principales armas que tiene el capital para derrotar al populismo. Y de hecho están, una vez más, ganando el partido: el aumento sostenido de precios lleva a las tensiones devaluatorias, alimenta los problemas de balanza de pagos y debilita el apoyo popular al gobierno. No lograr impedir el lento, oculto y continuo accionar de los formadores de precios es seguramente el principal fracaso de los diez años kirchneristas (y reconocer esto no implica dejar de valorar el esfuerzo de quienes les toca enfrentar ésta, una de las más difíciles batallas). Y para que quede bien claro: la “inflación” es sólo una manifestación más del conflicto entre capital y trabajo. Parece mentira, pero la propaganda es tan poderosa que es necesario aclararlo: las empresas más grandes remarcan porque pretender mantener o aumentar sus márgenes, no porque sus gerentes, junto al café de la mañana, chequearon la evolución de la emisión monetaria.
¿Y cuál es la otra arma principal con la que cuenta el capital? El sistema mediático, por supuesto, que incluye a su bien cuidado generador de contenidos, la “academia”. Nada, salvo quizás la inflación, es más efectivo para los intereses de las elites. Es por eso notable escuchar voces desde el campo nac&pop proponiendo no insistir con esta batalla. ¿De verdad no se dan cuenta? ¿Realmente no perciben cómo son los procesos de formación de ideas políticas de la gente no especializada? Y del impacto que esto tiene sobre la dinámica democrática, gracias a millones de personas que acaban por interpretar la política de forma opuesta a sus intereses.
Pero en fin, meternos ahora en la principal batalla cultural haría demasiado extenso el post. Creemos que el artículo de Miguel es una exposición seria y precisa de la visión liberal. Por eso este intento de respuesta, aun reconociendo que, luego de las PASO, el pesimismo de la razón tiene contra la cuerdas al optimismo de la voluntad.
[1] Nota al pie: proponemos que la instalada caracterización “pro-mercado” para las políticas liberales es imprecisa. Es evidente que el modelo económico del último decenio no niega la relevancia (o la inevitabilidad) de los mecanismos de mercado. Más preciso seria hablar de políticas pro-capital, frente al modelo vigente que intenta priorizar, a través de la intervención estatal, altos niveles de empleo, gradual redistribución de la riqueza y expansión de la red de protección social.
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Napule: es Antonio Cicioni, politólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña. Se encuentra entre quienes creen que la apropiación de los medios masivos de comunicación por parte de las elites es el principal obstáculo para profundizar la democracia, no solo en Argentina sino en todo el mundo. Sube la apuesta y afirma, siguiendo a quienes lo han dicho antes: vivimos en una global y sofisticada Matrix, donde unos muy pocos abusan del resto, a la vez que logran que ese resto, el 99%, se la pase peleando entre sí por razones equivocadas o irrelevantes. Por eso escribe.
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