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sábado, 13 de febrero de 2016
Mientras rápido y furioso el gobierno avanza y avasalla, se queda con todo, y entrega el país; los políticos de la oposición se mastican entre ellos, los capos de los sindicatos se abrazan con la patronal, y los grandes medios nos cantan mil versiones del arrorró.
¿Qué hacer?
El Martiyo arrima un plan.
Porque se habla de resistencia, se agitan las plazas y las calles, pero son esos mismos resistentes los que todos los días le dan de comer al chancho que tanto combaten.
LA CULPA NO ES DE MAGNETTO
Dicen los italianos que una cosa è morire, e altro molto differente è parlare di morire.
Lo mismo ocurre con la resistencia.
Una cosa es resistir, y otra… parlare.
En dos meses de gobierno, Macri no se privó de nada, censuró periodistas, avasalló leyes, ignoró al Congreso, manoteó la Corte Suprema, se realineó con el Departamento de Estado, consiguió su primer preso político, desató a la policía, reprimió protestas -hasta disparó contra una murga hiriendo niños-; instauró la pena de muerte sin juicio previo, y le devolvió a las Fuerzas Armadas el control de la seguridad interior; devaluó la moneda y desató la inflación; rompió todos los récords en DNU, levantó las retenciones para las grandes agroexportadoras pero ahogó a los pequeños productores; despidió más de cincuenta mil personas y suma y sigue; se abrazó a David Cameron pero obvió hablar de Malvinas; elevó en 16 mil millones de dólares la deuda externa; aceptó el retorno del FMI para revisarnos las cuentas y darnos consejos; sentó a su perro en el sillón de Rivadavia, descolgó los cuadros de Hugo Chávez y Néstor Kirchner –como un vampiro frente a dos crucifijos-, y nos puso en cuatro ante los fondos buitre.
A todo esto los capos sindicalistas ya ni siquiera disimulan que no representan más que sus propios negocios, los peronistas se mastican entre sí los pedacitos de la derrota, el resto de la oposición resultó oficialista, los traidores se multiplican, y nadie hace nada.
Exceptuando algunas honrosas excepciones, pero excepciones al fin, de los grandes y no tan grandes medios ya no hay nada que esperar. Son todos de Magnetto.
Si alguna esperanza, posibilidad de resistencia queda, está en el pueblo, en ese colectivo repleto de individuos. En uno. En cada uno de nosotros.
No tenemos los medios, pero tenemos medios: las redes sociales, las plazas, y la calle. Y sobre todo, un arma poderosísima: la billetera.
No enfrentamos un partido, una ideología: enfrentamos un monopolio económico que sólo tiene intereses. Una bestia de cien mil cabezas y ningún corazón. El mayor conglomerado periodístico de América Latina.
El único Grupo periodístico en la historia del mundo, que se adueñó de todo el papel para diarios de un país. Un monstruo incomparable, y sin embargo…
Decía Perón: “una hormiga no puede matar a un elefante, pero muchas pueden comérselo”.
Cada uno de nosotros debe entender, aprehender, que el enemigo es, se hace, vive de nuestro dinero. Esa es su sangre, y su sangre por lo tanto es nuestra. No se la demos más.
¿Qué pasaría, vale preguntarse, si por un año, o menos, ese 49 por ciento que no votó a Magnetto, renunciara a sus productos completa, absolutamente?...
Un año o menos de no consumir ninguno de los productos del Grupo: ni comprar el diario Clarín, ni visitar su portal Clarín.com, ni Olé, ni diario Muy, ni La Razón, ni la revista Genios, Guapas, o lo que sea. No mirar Canal 13 (ni siquiera el fútbol), ni TN ni Metro, ni sus repetidoras; no escuchar radio Mitre ni las incontables radios del Grupo en todo el país. No comprar, no leer ni repetir los diarios Los Andes de Mendoza, ni La Voz del Interior de Córdoba, ni la revista Rumbos, todos productos de CIMECO, propiedad del Grupo Clarín.
No usar Fibertel ni contratar Multicanal, Cablevisión o Nextel.
No asistir a sus producciones teatrales, musicales o “culturales”.
Mucho menos a Expoagro.
No comprar sus libros.
No comprar ningún libro en las librerías Cúspide.
Nada.
Una comisión especial del gobierno de los Estados Unidos se dedicaba específicamente a controlar cada producto que se comerciaba en el mundo entre sus socios, y/o, colonias. Si en alguno detectaban aunque más no fuera un tornillito de origen cubano, allí también ejecutaban su bloqueo.
¿Por qué no hacer lo mismo y mantenerse siempre atentos a cualquier producto que pudiera incluir alguna partícula del Grupo Clarín, y evitar su consumo, bloquearlo también?…
Porque de qué valen las plazas abiertas y las redes sociales, si todos los días alimentamos a la Bestia, vamos con nuestro platito, y le damos de comer.
Si el 49 por ciento que no lo votó aguantara un año o menos esta acción colectiva, los ingresos del Grupo mermarían fatales, pero su fuerza política desaparecería casi por completo.
Entonces el escarmiento popular tronaría materialmente, se derrumbarían las ventas y la publicidad, y la eficacia electoral de sus medios se licuaría inexorable.
Un año, menos.
Pero el 49%.
Todos.
Sin fallar.
Ninguno.
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