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CARLOS BALMACEDA
Domingo 09 de octubre de 2016 | 12:29
Pruébemelo, señor Brandoni, y le aseguro que lleno la ficha de afiliación a la UCR.
La alienación, estimado Luis Brandoni, es ese mecanismo por el cual uno se experimenta ajeno a sí mismo. O sea, cuando uno se ve a sí mismo, en sus ideas, en sus hábitos, en sus vínculos, como algo absolutamente distinto a lo que en realidad es.
Usted se horroriza de Cristina con boina blanca y se hace cruces por la corrupción del gobierno kirchnerista, pero en ese espejo deforme que se ha puesto adelante, no ve su propio silencio, su complicidad, con el gobierno de la Alianza: en tan solo dos años, 39 muertos, represión, estado de sitio, hambre y una ley contra la clase trabajadora conseguida a través de coimas, para coronar la entrega del patrimonio nacional de la mano de Domingo Cavallo, el arquitecto de esa segunda década infame de nuestra historia.
Se ve, a usted y su partido, inmaculados, porque no solo ha borrado de su memoria, de su ser, estos antecedentes, sino que no acepta que marcha de la mano del que tal vez se convierta en el gobierno más vendepatria de nuestra historia.
Reclama para usted y los suyos la herencia de Yrigoyen y de Illía, incluso comete la osadía de afirmar que Alfonsin hubiera votado a Macri, y en este pase de magia, se obliga a que las piezas de su dominó político y existencial vayan cayendo una por una, hasta revelarnos su verdadera cara.
Apoya usted a un gobierno que ha entregado una riqueza nacional como la energía a una multinacional, y sin despeinarse, sigue reclamándose heredero de Hipólito Yrigoyen. Nada menos que de don Hipólito, que al fundar YPF, sostuvo lo siguiente “Se reserva, pues, para el estado, en razón de la incorporación de estas minas de petróleo a su dominio privado, el derecho de vigilar toda explotación de esta fuente de riqueza pública, a fin de evitar que el interés particular no la malgaste, que la ignorancia o precipitación la perjudique, o la negligencia o la incapacidad económica la deje improductiva, para lo cual se adoptan en el proyecto disposiciones que fijan y garantizan un mínimo de trabajo y las formas convenientes de realizarlo. Con el mismo concepto se ponen trabas a la posible acción perturbadora de los grandes monopolios”.
Dígame si encuentra un parecido entre esta afirmación de independencia nacional y cualquier acción de Aranguren, gerente de Shell. Pruébemelo, señor Brandoni, y le aseguro que lleno la ficha de afiliación a la UCR.
Sacrílego es para usted que Cristina Fernández de Kirchner junte sus manos en saludo alfonsinista, pero no lo es que Susana Malcorra reconozca tácitamente la soberanía inglesa al sellarnos el pasaporte como si fuéramos extranjeros en las Malvinas, o que al referirse a las islas, escriba “invadir” en un documento oficial, en vez de “recuperar” esa tierra irredenta.
Dónde cree usted que se ubica cuando blande su crucifijo contra el kirchnerismo, ¿del lado de Malcorra, sospechada de agente directa de la CIA o de Arturo Illía que con la resolución 2065 consiguió un avance definitivo hacia la recuperación de esas islas?
¿Está usted seguro de estar del lado correcto cuando apoya al gobierno de Macri, que ve con beneplácito la instalación de bases militares yanquis en el país, sometido como está al designio de los Estados Unidos, mientras que Illía se negó a enviar tropas a República Dominicana respetando el principio de no intervención?
Tan enorme y patético es su odio que no ha dudado en llamar a Axel Kicillof “minúsculo canalla” mientras Alfonso de Prat Gay licúa salarios con una inflación que duplica la del kirchnerismo, devalúa para favorecer a los sectores concentrados y no se ahorra expresión injuriosa para hablar de los trabajadores estatales despedidos, a los que llama “grasa de la militancia”.
Dice, con la cólera de los rencorosos, que el peronismo no es democráticoque “si uno no piensa como ellos, es su enemigo”, sin que se le mueva un músculo de la cara ni una idea de su cerebro. Disparos contra militantes en un acto de Nuevo Encuentro, balaceras contra unidades básicas, requisas permanentes a los jóvenes de barriadas populares, detención fuera de todo orden legal de Milagro Sala, represión a pibes de una murga, todos episodios que en doce años no ocurrieron durante el gobierno de aquellos que “no son democráticos”, y que sí ocurrieron en diez meses del gobierno que usted apoya.
Es más, los nazis pueden pasearse por la casa de gobierno, dar clases en una escuela de Morón, evadir la condena del intendente de Mar del Plata, cuando atacan a distintos grupos de esa ciudad. ¡Los nazis! Aquellos mismos que cubrieron de sangre y oprobio con sus “pogroms” las calles de Buenos Aires en 1919, desgastando al gobierno del propio Yrigoyen, y a usted, todo esto, no le merece mención ni prevención.
Cristina lleva la boina blanca de los revolucionarios que dieron sus vidas en el ´90 para que el voto fuera universal y secreto, y lleva la boina blanca de los que dieron sus vidas en el ´30, asesinados y cortadas sus orejas como trofeos, porque, decían sus asesinos, eran “orejas de Peludo”, como el mote de don Hipólito.
Hay una continuidad histórica entre aquellos y ella. Hay una continuidad histórica que se hace carne en cada biografía. Lo sé porque fui radical, porque así como aplaudí el juicio a los comandantes de la represión, porque así como celebré cada acto de libertad del alfonsinismo inicial, repudié el punto final, la obediencia debida y la economía de guerra que cedió ante el FMI la soberanía de nuestras finanzas.
Desconcertado después en los noventa, huraño y desconfiado por ese triunfo de la antipolítica, la historia volvió a encarnarse en mí cuando el hilo de los movimientos populares fue recompuesto por un hombre, primero, y por una mujer, después.
Más tarde que yo, pero nunca definitivamente tarde, los radicales que estaban allí, en Atlanta, celebraban no ya a esa mujer, no ya la adhesión al peronismo, sino la propia reconstitución de su ser en el tren de la historia.
La alienación, le decía, Brandoni, ese concepto que nos legó el compañero Marx, nos hace ver rubios cuando somos negros, altos cuando somos petisos y dignos cuando no lo somos. Rubio y alto, su espejo merece verse así al menos en esos dos atributos, pero haga un esfuerzo de imaginación, le pido, para vérselas con el tercero.
Uno nunca termina de hacerse en su propia salsa, uno es con la historia, se hace con ella, se revisa, se critica, se cambia y se entrega a estadios que lo van dignificando y permitiéndole encontrarse con compañeros cada vez más dignos de lucha. En un retroceso extraordinario, usted se ha encontrado, como diría el tango, pasando del brazo con quien no debe pasar; su historia de lucha, de coraje, de reivindicación de los derechos de los actores ha quedado trunca (si hasta me cuentan que insidiosamente quiere ir con formas poco democráticas contra los avances logrados en estos doce años en la Asociación de Actores y en SAGAI), y, como en una contradicción zoológica, invierte la parábola del elefante: recuerda para adelante y camina para atrás.
La condena de los alienados como usted, son los otros, (siempre es el otro la condena y el consuelo, después de todo). Porque el otro, que vendría a ser yo, las multitudes, los que se encuentran entre boinas blancas y bombos, persisten tozudamente en su ser, coronan con acciones y con ideas los puntos de ese mapa que es la historia, y le reflejan a usted en una imagen en la que está obligado a verse.
No es con palabras que uno puede disponer de la realidad, es con acciones, con resultados, con idas y venidas dialécticas, con un hacerse permanente con los otros.
De manera que si usted farfulla, grita y afirma sus ideas, alejándose tan obstinadamente de la realidad, es porque en verdad necesita, mire qué ironía, un relato en el que usted sigue siendo ese tipo valioso de los setenta, que se la jugaba contra el orden neoliberal que hoy apoya con un irritante entusiasmo.
Necesita un relato en el que usted, actor al fin de cuentas, es un personaje, pero, pirueta final de la alienación, no es el personaje que usted cree ser, es más ni siquiera es la víctima de alguien “comido” por el personaje. Usted dispara sus últimos cartuchos existenciales creyendo que es el Gallego Soto, y no es más que Muzzicardi.
De la resistencia épica al grotesco criollo, de un revolucionario a un corrupto vinculado con la corrupción del Proceso. Digamos que en realidad, Muzzicardi le sienta bien, después de todo, usted, Luis Brandoni, apoya al hombre que se hizo multimillonario durante la dictadura y que proveía de vehículos a los grupos de tareas para sus secuestros.
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